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sábado, 29 de diciembre de 2012

La memoria perdida


Por Alfonso Ussía.

En las fotografías tomadas a Auguste Deter en 1902, aparenta tener más de los cincuenta y dos años que en realidad tiene en ese momento. Su marido acaba de llevarla a la clínica psiquiátrica de Frankfurt del Meno, alegando que se siente incapaz de seguir haciéndose cargo de ella en casa. 

Auguste está confundida e inquieta, la persigue la idea paranoica de que su marido mantiene una relación amorosa con una vecina y, a veces, ya no lo reconoce. En la carta que adjunta su médico de cabecera a los profesionales de la clínica refiere que Auguste padece serios problemas de memoria, así como de insomnio. A tal efecto, sugiere el diagnóstico de «parálisis cerebral». 

El 26 de noviembre de 1901, un día después de la hospitalización, Alois Alzheimer sostiene una conversación con la nueva paciente. «Sentada en la cama, los ojos llenos de angustia», es la primera frase que escribe en el expediente. Le pregunta cómo se llama. «Auguste» ¿Su apellido? «Auguste», responde. ¿Como se llama su marido? «Creo que Auguste» ¿Está casada? «Con Auguste». 

Cuando Alzheimer le pregunta cuánto tiempo lleva en la clínica responde: «Tres semanas». A continuación le muestra algunos objetos: un lápiz, una pluma, una llave y un puro; si bien es capaz de nombrarlos, no se acuerda de ninguno cuando Alzheimer le pregunta por ellos un poco más tarde. 

A la hora de la comida –coliflor con carne de cerdo– le pregunta qué está comiendo. «Espinacas», contesta. Cuando le pide que escriba las palabras «La señora Auguste Deter», después de «señora» ya no sabe qué más se suponía que tenía que escribir. 

Dos días más tarde, Alzheimer anota en su expediente que la mujer está «continuamente exasperada, angustiada» y un día después «angustiada, se resiste a todo». A las preguntas de dónde piensa que está, cuándo nació y cómo se llama, la paciente no es capaz de responder a ninguna de ellas. 

Durante casi cinco años, Auguste recibirá atención  médica en la clínica. En la etapa final de su existencia, Auguste vivirá postrada en su cama, incontinente y aturdida, acurrucada en posición fetal, en un estado, según las anotaciones de Alzheimer, «de deficiencia mental absoluta». 

El expediente médico de Auguste Deter fue encontrado casualmente en 1995 en el archivo de la clínica psiquiátrica de Frankfurt, donde había estado clasificado por error en un legajo correspondiente a otro año. Dos años después se encontraron, además, cinco fotografías de ella. En su rostro podía advertirse con absoluta claridad la angustia que tanto había llamado la atención de Alzheimer. 

Auguste falleció en la primavera de 1906; en las diversas secciones que Alzheimer tomó de su cerebro, encontró las anomalías típicas de lo que hoy en día se conoce como enfermedad de Alzheimer. 

Placas y ovillos

En abril de 1906, Alzheimer recibe un telefonema desde Frankfurt: Auguste Deter ha muerto. No sólo pide que le envíen su cerebro, sino también su expediente, de unas treinta páginas. Relee sus apuntes y reconstruye la evolución de la enfermedad que, hasta la fecha, sigue siendo típica para los pacientes aquejados de esta patología.

Antes de su internamiento, en casa, la memoria de la mujer había empezado a fallar, con frecuencia vagaba inquieta por las habitaciones escondiendo objetos que después ya no era capaz de encontrar. Mientras cocinaba, se quedaba de repente sin saber qué hacer. Tras el ingreso en la clínica, su grado de desorientación había empeorado. Pensaba que vivía en Kassel (donde nació), que Alzheimer la estaba visitan en casa («Mi esposo llegará de un momento a otro»), ya no sabía qué año era y cuánto tiempo llevaba internada. 

Afirmaba tener una hija de cincuenta y dos años de edad para, minutos después, contar que ella tenía cincuenta y seis, sin percatarse de lo absurdo de su afirmación(...). Al caer la noche, el desasosiego y la ansiedad se apoderaban de ella y se ponía a vagar por las salas, envuelta en sábanas y mantas. En ocasiones, pese a la política de no encierro que se propugnaba en el centro, no había más remedio que recluirla en una celda de aislamiento (...).

Del texto de la presentación, publicada en 1907 en el «Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie», se desprende que en Tübingen, Alzheimer presentó en primer lugar el cuadro clínico tal como lo había descrito en el expediente de la institución en Frankfurt. 

Los resultados de la autopsia revelaron sin lugar a dudas que buena parte de la corteza cerebral estaba atrofiada. Alzheimer mostró distintas secciones en diapositivas y señaló las anomalías que había localizado en el tejido nervioso: ovillos extraños y depósitos proteicos. Había dibujado también algunos de esos ovillos. Estas anomalías, dijo, no encajaban en ningún cuadro clínico conocido. Todo hacía indicar que se trataba de una enfermedad aún desconocida, aunque se mostró esperanzado en que la investigación neuropatológica en proceso ayudara a definir sus características. 

En Tübingen, un público compuesto por profesionales médicos, tuvo por vez primera la oportunidad de asomarse a las malformaciones cerebrales que, denominadas entonces «ovillos» y «placas», hasta la fecha siguen estableciendo el diagnóstico de la enfermedad de Alzheimer. No obstante, este momento histórico pasó desapercibido. 

Una vez que Alzheimer terminó su exposición, el presidente del encuentro cedió la palabra a los presentes, pero nadie sintió el impulso de hacer un comentario, tan sólo él mismo llevaba una pregunta preparada. Durante la tarde, los presentes –entre los que se encontraba Carl Gustav Jung– se enfrascaron en un acalorado debate sobre el valor científico del psicoanálisis. 

Al día siguiente, un periódico local publicó en sus páginas un extenso artículo sobre las apasionadas disputas en torno a Freud, mientras dedicó, literalmente, un escaso renglón a «un proceso patológico grave y raro que al cabo de cuatro años y medio causó la disminución de una destacable cifra de neuronas».

FICHA

Título del libro:  «Dr. Alzheimer, supongo».
Autor: Douwe Draaisma.
Edita: Ariel.
Sinopsis: Alois Alzheimer, James Parkinson, Hans Asperger, Gilles de la Tourette... fueron eminentes científicos cuyos nombres han quedado asociados a los trastornos mentales, comportamientos que tardaron siglos en tener una explcación científica.

jueves, 21 de junio de 2012

EL ENOJO 2


El enojo aparece en nuestra vida sin pensarlo, tal vez por eso lo hace, por que cuando el enojo es pasado por el escrutinio de la mente podemos darnos cuenta que no tiene razón de ser.

El enojo es ese sentimiento que nos hace atribuirle características negativas a las personas, a las cosas o a las situaciones.  El enojo nos permite recordar que la tolerancia no está en aguantar que esa persona, cosa o situación sea; sino en aceptarla tal cual es. No recomiendo que finjas que las cosas no te molestan, recomiendo que aceptes que son diferentes a lo que esperas o deseas, por que cuando lo observas desde esa perspectiva, el enojo pierde su fuerza y no encuentra espacio en ti.

Es importante darnos cuenta qué cosas despiertan el enojo, como aparece y crece casi sin control. Cuando analizamos detenidamente ´eso´ que nos causa enojo, estamos en posibilidad de reconocer que la mayor parte de las ocasiones son pensamientos reiterados pero no analizados los que lo provocan. Podemos decir entonces que el enojo es más un hábito que una convicción, es ese proceder irracional que nos hace reaccionar de manera violenta.

Creo que este proceso lleva dos cuestionamientos:

  1. ¿Por qué me enojo? Que nos permite ver que lo origina o provoca, 
  2. ¿Para qué me enojo? Que nos permite darnos cuenta que solo nos trae una sensación desagradable, de sufrimiento.


Recuerda la última vez que sentiste enojo, vuelve a sentirlo vívidamente para que observes que te dejó además de un malestar. ¿Cómo reaccionaste ante que o ante quien te enojaste? ¿Lo destruiste, lo insultaste, lo lastimaste, lo golpeaste? ¿Cómo te sentiste después de decir cosas hirientes? Imagina como se sintió la otra persona y piensa si te gustaría sentir lo que ella sintió. ¿Si pudieras evitarle ese sufrimiento, lo harías? ¿Porqué provocarlo entonces? ¿Si fuera una persona conocida o querida, reaccionarías igual?

Sé que en ocasiones sentimos que alguien o algo nos ha provocado un gran dolor o malestar, sin embargo si dejamos de pensar en nosotros un momento y pensamos en esa otra persona y el dolor que lo hace actuar de esa manera que consideramos ofensiva, podremos ver que sufre y que muy probablemente no desea hacernos sufrir a nosotros, que no lo hace con intención.

Pongamos el ejemplo de la persona que al manejar un auto se mete en nuestro carril de manera imprudente a alta velocidad. Si pensamos que:



  • Va al hospital a ver a un familiar enfermo, o
  • Tal vez está enfermo y requiere ir al baño de manera urgente, o
  • Simplemente necesita llegar antes que nosotros a donde va;


En cualquiera de esas situaciones, esta persona se encuentra en un estado de gran sufrimiento. Si solo pensamos “No tiene derecho, nosotros estamos primero, que espere”, no resolveremos nada de manera positiva, en cambio si dejamos de pensar de manera egocéntrica, podremos tolerar que así es y que no habrá nada que hagamos para que eso cambie, de hecho ya sucedió y quedó en el pasado; o bien podemos pensar de empática y darle el paso, con ello se reduce el sufrimiento de ambos, nos liberamos de nuestro enojo y ayudamos a que él se libere del suyo.

sábado, 9 de junio de 2012

LA COMUNICACIÓN CON LOS HIJOS ADOLESCENTES. Segunda Parte


Especialistas y padres de familia han descubierto que cuando estos saben dónde están sus hijos y qué están haciendo (y cuando el adolescente sabe que el padre sabe, lo que los especialistas llaman vigilancia), los adolescentes corren menos riesgo de tener malas experiencias, incluyendo drogas, uso de alcohol y tabaco; actividad sexual prematura o de riesgo y embarazo; delincuencia y violencia.

La clave está en ser curioso pero no interferir, en esforzarse por respetar la privacidad de su hijo al establecer confianza y acercamiento emocional. Aquí algunos tips.

1.- Reconocer que no existe una receta exacta para la buena comunicación. Cada hijo es diferente.

2.- Escuchar. El escuchar bien significa evitar interrumpir y poner atención.

3.- Crear oportunidades para hablar. Para poder comunicarnos bien con nuestro hijo, debemos estar disponibles. Los adolescentes resisten las pláticas "programadas"; ellos no se disponen a compartir cuando se los pedimos, sino cuando ellos quieren.

4.- Hablar sobre sus diferencias. Ponga de manera asertiva las expectativas que tiene de ellos.

5.- Evitar reaccionar de forma exagerada. No es que no le importe, pero trate de mantener fuera de la conversación su ansiedad, miedo o enojo.

6.- Hablar sobre cosas importantes para ellos. La escuela, sus amigos, sus amores, la familia, el futuro y aquellas cosas que sean comunes, es decir, identidad entre su vida y la de ellos.

Algunos adolescentes prefieren hablar cuando llegan a casa de la escuela. Otros prefieren hablar en sobremesa o antes de irse a la cama. Algunos padres hablan con sus hijos en el carro, pero háganlo sin música de por medio, ipod o teléfono.

Conociendo a nuestro hijo y observando ganamos mucho, si el adolescente es callado o introvertido, pero le gusta la música, puede acompañarlo a buscar algún disco que le agrade o buscar la música en internet juntos, si le gusta escribir y leer, acompáñelo a la biblioteca o librería, seguramente ese será un lugar cómodo para él, en el que comparta con usted sus vivencias, historias y gustos, y esto provocará un acercamiento y un punto de comunión con lo que el piensa y siente.

Algunas frases que podemos utilizar con nuestros hijos para una expresión adecuada de las expectativas y emociones.

"Si no entras a la clase de diseño, dificilmente tendrás los conocimientos suficientes para ingresar a la carrera. Especialmente si tu deseo es ser arquitecto, el diseño se vuelve un requisito indispensable en la universidad. Ahora podemos buscar alguna clase especial de dibujo o diseño para que te sientas más apto para esa materia.

Si usted le pregunta, "¿Qué hiciste en la escuela hoy?" la respuesta más probable será, "Nada." Obviamente, usted sabe que no es cierto. Lo que se recomienda es pedirle que le deje ver sus libros o cuadernos, con eso tendrá una idea de que preguntarle de forma específica, por ejemplo si ve que el martes le toca natación y examen de matemáticas, podrá iniciar la conversación con preguntas específicas, lo cual dará mejores resultados y desde el principio de la conversación.

A trabajar en la comunicación con nuestros hijos en amor pero con firmeza.




lunes, 4 de junio de 2012

ESTIGMA Y ENFERMEDAD MENTAL



Esta palabra en ocasiones tan escuchada tiene diversas acepciones, dependiendo de la ciencia o área del conocimiento que lo trate o utilice.

Por ejemplo en el mundo animal, estigma es cada una de las aberturas del sistema respiratorio de los insectos, a través de los cuales se realiza la ventilación.

Para la religión, son aquellas marcas que se presentan en el cuerpo humano y que se asemejan a las que recibió Jesús al momento de la crucifixión.

Para la sociología, el estigma social es una desaprobación de ciertas características o creencias personales que son contrarias a las normal o comúnmente aceptadas. Existen estigmas sociales respecto a enfermedades mentales o físicas, creencias religiosas o de credo, y de pertenencia a una raza, grupo social, preferencia sexual o de formas de vida. Es precisamente de estas de las que quiero hablarles.

¿Por qué si alguien se dibuja algo en el cuerpo con alguna tinta de manera permanente es de inmediato mal visto? ¿Por qué si alguien profesa determinada religión, es rechazado por personas de otra religión? ¿Por qué si alguien tiene cáncer, de inmediato pensamos que va a morir? ¿Por qué cuando a alguien le diagnostican alguna enfermedad mental, lo que hacemos es segregarlo y señalarlo en vez de sentir empatía y tratar de entender que le sucede?

Así es, uno de los mayores estigmas sociales es el de las enfermedades mentales. Si tu vecino actúa de manera diferente a la que tú lo haces y a la que lo hacen los demás vecinos; lo primero que haces es pensar: ¡Está loco, que raro es! Sin saber siquiera lo que vive, porqué lo vive y mucho menos como lo vive.

La carga social y emocional que esto implica para la persona que no padece enfermedad alguna es grande. Ahora imagina cuando desafortunadamente si tiene algún desorden de tipo mental o psicoemocional, la carga es doblemente pesada.

Las enfermedades mentales conllevan en sí mismas demasiada complicación, entender que es lo que está sucediendo en el organismo y especialmente en el cerebro es por demás complejo. Hay cambios en el estado de ánimo, las emociones van y vienen casi siempre sin control, en ocasiones se escuchan o se ven voces o personas que nadie más ve o escucha, esto es demasiado complicado de entender como para que todavía hayan de lidiar con el estigma social que les imponemos mediante el rechazo, el chisme y la segregación, de ellos y de sus familias.

Las enfermedades mentales a diferencia de otras enfermedades son más difíciles de diagnosticar debido a que no presentan signos propios, es decir, no tienen elementos medibles como el aumento de temperatura y ronchas en el cuerpo como ciertas enfermedades virales; o diarrea y dolor abdominal específico ante una infección estomacal; o variaciones de azúcar cuando se presenta la diabetes. No hay pruebas de laboratorio para determinar que un individuo tiene depresión mayor o presenta un trastorno esquizoide.

Estos trastornos se diagnostican a través de la sintomatología que durante períodos determinados el paciente tiene, sintomatología que es referida por el propio individuo pero también por los familiares o amigos, quienes debido a la cercanía se dan cuenta de los cambios en la persona y pueden referir con mayor precisión la duración de periodos críticos, cambios en el estado de ánimo, cambios de hábito, de actitud y de alimentación entre muchos otros.

Para poder emitir un buen diagnóstico, los especialistas deben allegarse de suficiente información de los síntomas y es aquí donde el diagnóstico integral incluye a las personas cercanas.



Por esto te invito a que no juzgues, pero especialmente si sabes de alguien que presenta alteraciones del estado de ánimo, que tiene padecimientos de tipo mental o psicoafectivo, alteraciones notorias en su alimentación, tiene episodios de depresión, si actúa de manera extraña o si eres tú mismo, no te calles y rompe el silencio, en una gran mayoría de los padecimientos, estos se puede controlar y permitir al paciente llevar una vida sana.